viernes, 15 de enero de 2010

Para decir adiós

Señor Director:

Cuando los seres humanos mueren, especialmente cuando son conocidos, solemos recordarlos dedicando en su memoria algunas palabras. Algo que hable de su paso por la tierra, las personas que fueron, las familias que ayudaron a formar. Una o dos líneas, tal vez un párrafo, que nos permita recordar cuánto los quisimos o por qué fueron tan importantes para nosotros. Un homenaje. Eso que podría ayudarlos, así nos gusta creer, a encontrar el rumbo a casa, el merecido descanso de los años… Pero hoy no ocurrirá eso, porque la persona de quien hablo no era conocida ni tiene alguien que siéndolo, haga que su nombre no pase al olvido ni su cuerpo solo al cementerio. No. Porque quienes podrían hacerlo, también desconocidos, lo son tanto que si a diario no los vemos, difícilmente podríamos prestarles atención para escuchar sus palabras, y así recordar ese nombre que, si me disculpa, casi no merecemos oír.

De quién hablo, se preguntará. Quién podría ser esa persona que ameritando el recuerdo, no podremos siquiera no olvidar. Pues bien, una mujer, una mujer que bordeando los 40 años también fue madre, esposa e hija, alguien que como nosotros tuvo sueños, levantó casa, fue a la universidad y a la vuelta de los días, también como muchos de nosotros, dejamos de ver y preguntarnos dónde estaba. Una mujer que durmiendo en la calle, y más tarde en el Hogar de Cristo, desapareció de nuestra vista y pasó a engrosar el largo listado de quienes, invisibles, pueblan nuestras bocas solo para compadecerlas, imaginar como infelices, darnos miedo o molestar nuestro cotidiano, acaso reclamar al gobierno y luego volver a olvidar.

Esa persona ha muerto en el día de ayer, y tal como parece, ni siquiera en la hora de su adiós sabremos quién fue, ni mucho nos importará,

Leonardo Piña Cabrera

[Diario El LLanquihue, Puerto Montt, 13.01.10., p. 7]

2 comentarios:

Unknown dijo...

Estimado Leonardo Piña, permitame decirle que tal como aparece en la fotografía de su blog, es de los casi extintos, a Dios gracias, Antropólogos que piensan que lo bueno de la profesión es ser todo un Indiana Jones, ha sido un gran logro para algunos, no para usted por cierto, que la moda se esté pasando.
A modo de opinión... gracias a éste tipo de escritura larga, aburrida y egocéntrica es que a la mayoría de las personas, salvo alumnos de su cátedra, familia y amigos, no les gusta ni les gustará jamás la lectura, mucho menos la Antropología. Espero no lo vea en discuciones en contra de la elite intelectual y sobre la apertura de las ciencias hacia la mayoría de los simples mortales.

Victoria Besoain dijo...

Querido entrañable amigo del alma, hoy estoy jugando a ser grande y pensé en crear un blog... pase por aquí en el intento y volví a leer tu carta al Llanquihue... recuerdo cuando me contaste de ese episodio y lo que sentías... quería celebrar tu compasión y tu capacidad de ver a los hombres (y mujeres) en su infinita dimensión humana, mas allá de lo que muchos de nosotros sabrá como hacer. He aprendido mucho contigo, de tu querer saber desde la praxis, de tus pequeños pero inmensos logros al tratar de tenderle una mano a alguien, a los mas olvidados, a los que la calle acoge. Me enorgullece ser tu amiga y agradezco el haberme beneficiado de tu mirada al mundo y tu desmesurado respeto por la libertad ajena. Te dejo un abrazo muy sentido.