martes, 1 de julio de 2008

“La poesía es hecha por todos: el lector es un coautor del poema”. Conversación con Oscar Hahn


Por Leonardo Piña Cabrera & Felipe Fuentes Mucherl


Dueño de uno de los registros más personales de la poesía chilena contemporánea, el día 19 de julio de 2005, en la habitación 507 del Hotel Cambiaso, comuna de Providencia, donde estaba alojado, Oscar Hahn nos recibió para conversar con él acerca de su poesía y el lanzamiento de su último libro, la antología Sin cuenta (LOM Ediciones, 2005). Entrevista realizada para el Programa Bello Barrio de la señal comunitaria de la Universidad Bolivariana –Radio Ciudadanía (105.3)–, esta conversación fue emitida al aire cerca de un mes después, el día miércoles 24 de agosto, a las 19:00 horas.


Felipe Fuentes: El día de hoy nos encontramos con el poeta Oscar Hahn, acá, en el Programa Bello Barrio, que en esta ocasión salió a terreno. Salimos a encontrarnos con él en su hotel porque, lamentablemente, por razones de salud no pudo asistir a nuestro estudio. Sumamente honrados con la posibilidad de conversar con él, antes de partir paso a hacer una mínima presentación de algunas de sus publicaciones y actividades:

Oscar Hahn actualmente reside en Estados Unidos, donde también realiza labores académicas en la Universidad de Iowa, y hace casi un mes se encuentra en nuestro país, donde ha participado, entre otras cosas, en el Proyecto Sismo, junto con encontrarse preparando la presentación de su última compilación de poemas llamada Sin cuenta, libro publicado por LOM Ediciones.

Entre sus muchas publicaciones, destacan Esta rosa negra (1961), Agua final (1967), Arte de morir (1977), Mal de amor (1981), Imágenes nucleares (1983), Flor de enamorados (1987), Estrellas fijas en el cielo blanco (1989), Versos robados (1995) y Apariciones profanas (2002), a las que se suman varias antologías propias y de otros, como también ensayos y artículos.

F.F.: Como epígrafe para esta entrevista, elegí un poema suyo que muestra, a mis ojos, una de las tantas particularidades de su poesía, ese limbo que en palabras de Jorge Teillier se podría explicar como algo que “no es ayer no mañana”. El poema, «A mi bella enemiga», dice así:

No seas tan vanidosa amor mío
Porque para serte franco
Tu belleza no es del otro mundo
Pero tampoco es de éste.

Don Oscar, para partir, nada mejor que tener la posibilidad de indagar en la estructura profunda de un poema. En este sentido viene mi pregunta: ¿cómo es que la palabra sacia al poeta y de qué forma el poeta frena la ansiedad por la praxis, que evocó o evoca el poema?

Oscar Hahn: En el caso mío, y recalco mucho lo del caso mío porque yo no pretendo dar reglas para los demás (la descripción que yo hago siempre tiene que ver con los poemas míos y no pretende ser universal), en primer término, lo que decías tú de la ambigüedad, yo creo que es algo que aparece en mis poemas no porque yo la busque sino que aparece sola, y tengo la sospecha de que tiene algo que ver con la influencia de la literatura fantástica en mi poesía porque dentro de la literatura fantástica, la incertidumbre es fundamental. Ahora, yendo al otro aspecto, yo he dicho ya varias veces que aparecen estas frases que eventualmente son parte de un poema, aparecen sin que yo las convoque o sin que yo tenga ninguna participación racional en ellas, simplemente se presentan y yo las he llamado ‘apariciones’, y he dicho ‘apariciones profanas’ para distinguirlas de la aparición de la virgen María o cosas de ese tipo, porque hay una cierta afinidad en estas apariciones. Bueno, nadie puede convocar a la virgen María, decir ‘se me va a presentar la virgen María hoy día’. Simplemente se presenta y ya, a las personas que naturalmente creen en eso. En el caso mío, es algo parecido, pero en vez de aparecérseme la virgen María, son frases muy específicas que yo generalmente no sé qué significan ni a dónde van a ir a parar después. Hay varios casos en que teniendo estas apariciones verbales al frente, yo no he tenido ni la menor idea de qué poema son, de qué tema o sobre qué tratan. Eventualmente esas apariciones empiezan a revelarme a mí qué son y hacia dónde quieren ir, y yo simplemente las sigo de la manera más cercana posible.

Leonardo Piña: En 1968, en un artículo titulado "Espejismos y realidades de la poesía chilena actual", Jorge Teillier dijo de usted que tenía un “inusitado dominio del verbo” destacando su promisoria aparición en las letras nacionales. Más tarde, en 1977, Enrique Lihn señaló que usted “no era un escritor de su edad sino mayor” aludiendo a su desfase temporal con respecto a los poetas de su generación que lo emparentaba, más bien, con autores o estilos anteriores al de su época. Más allá de los reconocimientos tempranos a su obra, ¿cómo aprecia ahora, desde la distancia que puede darle el tiempo y su actual residencia fuera del país, los comienzos de su escritura? ¿Cómo fue ese proceso? ¿Qué lo llevó a dedicarse a la poesía del modo que lo ha hecho y que hoy lo sitúan entre las voces más originales, leídas y traducidas de nuestra poesía?

O.H.: Al principio, yo no estaba tan consciente de lo que estaba haciendo como ahora. Por ejemplo he mencionado el asunto de las apariciones, eso lo he verbalizado, o formalizado mejor dicho, más o menos recientemente, pero el método era el mismo, es decir igual aparecían estas frases y yo trataba de seguirlas más o menos a tientas, como una especie de ciego palpando en la obscuridad, y esa fue siempre la manera mía de escribir, excepto que al principio yo no sabía que era una manera mía de escribir. Lo hacía, como dije, en forma casi ciega. Ahora, con respecto a lo de Jorge Teillier y Enrique Lihn, ambos fueron personas bastante generosas, creo yo, conmigo, y se dieron cuenta muy rápidamente de lo que yo estaba haciendo, a diferencia de decenas de otras personas que nunca entendieron qué era lo que yo hacía: trataban de medirme con otras reglas, trataban de medirme con otros cánones y naturalmente no podían comprender por qué lado me estaba yendo yo. Así que para mí es muy gratificante que figuras como Jorge Teillier y Enrique Lihn, tan queridas y tan respetadas, hayan visto tempranamente que ahí había algo.

F.F.: Leyendo prensa que versaba sobre usted, me encontré con dos artículos de agosto del año 2003, uno de ellos en el Diario Las Ultimas Noticias, y otro en Revista Caras. En el primero, queda claro que preferiría no leer poesía en público y pasar desapercibido; en el segundo, se hace patente la ambición por la permanencia en el tiempo de sus versos. Ahora, para complementar el corpus de esta pregunta, me voy a permitir leer un poema suyo que se llama «De cirios y de lirios»:

El lirio azul el lirio fucsia el lirio

de color colorado el lirio triste
con pétalos de cera se reviste
y va a la fiesta convertido en cirio

En cirio gris en cirio negro en cirio
de las aguas sin luz en cirio triste
que al llegar de la fiesta se desviste
y vuelve a ser en el jardín un lirio

O este espejo se está poniendo viejo
o lo que estoy mirando es un delirio
dice la flor hablándole al espejo

Adentro del azogue brota un cirio
y al tiempo que se enciende su reflejo
al fondo del jardín se apaga un lirio

Según el poema, entonces, ¿cómo Oscar Hahn convive consigo mismo, como un cirio y como un lirio? ¿Cómo congenia eso de tratar de pasar desapercibido, con esa impronta que deja este otro lado, el poético, que no quiere dejar de ser indispensable y perdurable en el tiempo?

O.H.: Pasar desapercibido yo quisiera aclarar que tiene que ver, más bien, con algo que pensé desde que me inicié en este oficio. Para mí lo más importante no es la persona que escribe el poema, sino el poema mismo, de modo que basta con tener los poemas. Eso es suficiente. No es necesario que el autor, en fin, ande figurando por aquí o por allá. Yo por lo menos no me siento cómodo en eso. Yo sé que hay otros colegas que confunden esta cosa y creen que la misión del poeta es figurar y no escribir poemas, pero yo estoy en el otro lado y me siento muy bien así. Eso en lo que tiene que ver con respecto a pasar desapercibido. Yo prefiero que mis poemas no pasen desapercibidos. En cuanto a mi persona, si paso desapercibido, me da igual. No me afecta para nada. El otro aspecto de la perduración, no sé, eso es muy relativo porque no es algo que uno pueda controlar, en absoluto, no depende de la voluntad del poeta. Uno escribe y tiene la esperanza de que sus poemas queden, que sean leídos por otras generaciones y eso sería muy satisfactorio, pero yo no voy a estar ahí para comprobar si ocurrió así o no ocurrió así. Es simplemente un deseo y quizá es la prueba de la vigencia, o no, de la poesía. Hay poemas que se escriben, duran un tiempo y pasan al olvido; y otros que permanecen en el tiempo, pero esto, repito, no tiene nada que ver con la voluntad del poeta. Es algo casi azaroso. Sucede y ya. Y no se puede explicar porque si uno pudiera explicarlo, tendría razones y esto no tiene nada que ver con la razón. Tiene que ver con algo que no se hace con recetas, y que está más allá de cualquier racionalidad.

L.P.: Ligado a lo anterior, la pregunta siguiente parece muy fácil de formular. Sin embargo, si leemos algunas de las muchas páginas de poesía que no pudieron derrotar la hoja en blanco en éste u otro país, la respuesta definitivamente parece más difícil. Antes de hacerla (o de repetírsela más bien a estas alturas), si me lo permite, quisiera introducirla leyendo un poema suyo de muy bonita factura aparecido en 1990 en un libro titulado Estrellas fijas en un cielo blanco. El poema dice así:

Porque el fantasma porque ayer porque hoy:

porque mañana porque sí porque no
Porque el principio porque la bestia porque el fin:
porque la bomba porque el medio porque el jardín
Porque góngora porque la tierra porque el sol:

porque san juan porque la luna porque rimbaud
Porque el claro porque la sangre porque el papel:
porque la carne porque la tinta porque la piel
Porque la noche porque me odio porque la luz:

porque el infierno porque el cielo porque tú
Porque casi porque nada porque la sed
porque el amor porque el grito porque no sé
Porque la muerte porque apenas porque más

porque algún día porque todos porque quizás

Pues bien, «¿Por qué escribe usted?», señor Hahn. ¿Qué lo mueve a tan tremendo esfuerzo? ¿Vale la pena la escritura?

O.H.: En ese poema que se llama «¿Por qué escribe usted?», yo, en el fondo, quise decir de otra manera que uno no sabe por qué escribe, porque todas las respuestas que hay en el poema, todos los ‘porque’ son contradictorios. Aparece un porque como razón o como motivo, pero inmediatamente después aparece el porque contrario, y en algún punto hasta dice ‘porque no sé’. Pero quizás la clave está en los últimos versos, en el último verso diría yo, ‘porque algún día, porque todos, porque quizás’, en que hay como una esperanza de algo, una esperanza de supervivencia, de trascendencia, de derrotar a la muerte, de ir más allá de lo meramente corporal, o material, pero sin saber exactamente qué es eso que uno espera.

L.P.: ¿Tendría relación un poco con Rimbaud, a propósito de que la poesía debía ser hecha por todos?

O.H.: Yo creo que la poesía es hecha por todos. Es hecha por todos porque el poeta lo que escribe en una hoja, en realidad son unos signos gráficos que no tienen ningún sentido sin los lectores. Yo le doy una gran importancia al papel del lector. Creo que se le da poca importancia. Se piensa en el lector como alguien más o menos accidental, y no es así porque el lector es un coautor del poema en realidad. Si alguien no lee el poema, son unas rayitas o unos signos en una hoja, nada más, que están encima de una mesa. Mientras que hasta que alguien lee eso, solamente en ese punto el poema empieza a manifestarse como tal. Es decir, siempre el poema es algo que, como dice Huidobro, podría ser, pero yo agregaría, que nunca es si no hay un lector frente a él.

F.F.: Antes de seguir, quisiera leer un poema suyo que se llama «El nacimiento de un fantasma»:

Entré en la sala de baño
cubierto con la sábana de arriba

Dibujé tu nombre en el espejo
brumoso por el vapor de la ducha

Salí de la sala de baño
y miré nuestra cama vacía

Entonces sopló un viento terrible
y se volaron las líneas de mis manos
las manos de mi cuerpo
y mi cuerpo entero aun tibio de ti

Ahora soy la sábana ambulante
el fantasma recién nacido
que te buscaba de dormitorio en dormitorio

Y preguntar si su reflexión en torno a la poesía, ¿posee un ‘fantasma recién nacido’?

O.H.: Yo diría que sí porque, en cierto modo, esta reflexión tiene una inmaterialidad, es más lo que quiero decir es que una reflexión no es una mesa, no es una silla, no es algo de madera o de hierro. Es simplemente una especie de espectro que tiene un cuerpo que es el cuerpo que le da el pensamiento y que se materializa en la forma de las palabras. Así que en términos generales, podríamos decir que cualquier reflexión es un fantasma recién nacido que busca un cuerpo, que son las palabras, o que son la forma del pensamiento mediante las cuales, o los cuales, hacerse presente.

F.F.: ¿Este fantasma también busca de dormitorio en dormitorio?

O.H.: Sí.

F.F.: ¿El poeta también?

O.H.: El poeta no necesariamente porque yo creo que ese poema es más que nada un poema de amor. Lo que busca el personaje del poema, es a la mujer amada que lo ha abandonado. Pero en otro nivel, también puede leerse como la búsqueda que hay a través del arte, de la literatura, del pensamiento científico, y los dormitorios pueden ser simplemente el mundo exterior, la realidad en la cual se verifica esta búsqueda.

L.P.: Varios son los temas que aborda en su trabajo. El de la muerte, como el del amor probablemente, parecen ser los que más lo han ocupado y ambos, si nos remitimos a sus propias palabras, han ido surgiendo de su propia vivencia personal. Arte de morir, por ejemplo, largamente escrito y reeditado desde 1961 a 1979, hasta que la precariedad de la existencia post golpe militar lo llevó a culminarlo finalmente, y Mal de amor, casi escrito en dos meses del año 80 como resultado de la explosiva presencia del amor en su vida. Ligado a ello, entonces, ¿cuán importante puede ser el trasfondo experiencial para la construcción de un texto poético u otro? ¿Es siempre vital o puede obviársela alguna vez? ¿Ha ocurrido en su obra ello?

O.H.: Yo siempre he pensado que, en el caso mío por lo menos, la experiencia vital es fundamental. Todos los poemas míos tienen que ver con alguna vivencia real que yo tuve, o con alguna experiencia, aunque no lo parezca a primera vista porque la poesía no manifiesta estas vivencias de una manera explícita, sino que muchas veces lo hace de manera simbólica, a través de signos que en una primera lectura no parecieran remitir a una experiencia real, pero que fueron motivados por una experiencia real. Yo creo que la respuesta tendría que ser por ese lado: son motivados, son gatillados por la experiencia real, aunque después lo que aparezca como poema no muestre explícitamente cuál es esa experiencia real, sino que surja o se pueda revelar de una manera más bien oblicua, o simplemente no saberse nunca. Con lo que yo no estoy de acuerdo sí, es con lo de Huidobro, eso de crear una poesía que él llamaba creacionista, en la cual, según él, todo era inventado y no tenía nada que ver con el mundo real. A mí eso me parece simplemente una imposibilidad, y creo que por ese camino él no llegó muy lejos. En cambio, cuando tuvo que rendirse frente a la experiencia, creo que terminó haciendo una poesía mucho más comunicativa para el lector.

L.P.: En «Visión de Hiroshima», un poema publicado en Arte de morir hacia el año 77, la larga reflexión que ensaya en el poema a propósito del desgarro que su imagen provoca, la del hongo atómico, termina con una pregunta: “¿y qué haremos con tanta ceniza?”. Bueno, dados los días que corren y la visión del propio desgarro que nuestros contemporáneos dolores nos causan, le pregunto yo a usted lo mismo: ¿qué haremos con tanta ceniza? ¿Qué haremos con su evidencia en medio de nuestra historia y nosotros mismos?

O.H.: Se ve por ejemplo que aunque la pregunta está al final del poema «Visión de Hiroshima», y que tiene que ver con ese hecho terrible que ocurrió en esa ciudad japonesa (el lanzamiento de la bomba atómica), esa misma pregunta, ‘¿y qué haremos con tanta ceniza?’, se podría referir a las torres gemelas, se podría relacionar con los actos terroristas que han ocurrido últimamente, se podría relacionar con la guerra convencional que para mí es una especie de terrorismo hipócrita –así lo llamo yo, ese es el terrorismo hipócrita: la guerra–, porque diariamente en Irak, por ejemplo, mueren más de 50 personas y nadie dice absolutamente nada y no sale casi en los diarios; en cambio, un solo acto del terrorismo convencional aparece en todas partes aunque haya ocurrido una vez al año. Entonces, hay como una gran hipocresía generalizada con respecto a esto, en la cual yo quiero hacer mucho hincapié, y quiero fijar esa frase del terrorismo hipócrita que es la guerra convencional, pero todas estas acciones violentas y destructivas, sean del lado que sean, finalmente tienen que responder la misma pregunta: ‘¿y qué haremos con tanta ceniza?’. Con la ceniza no se hace nada. La ceniza es simplemente el fin, la destrucción, el apocalipsis ya sea pequeño o descomunal.

F.F.: Todas sus antologías poseen una característica que las renueva, un plus del autor, como el regalo de nuevos poemas, y donde el título de la obra también nos menciona una cualidad del texto a leer. Un ejemplo de eso es Versos robados, donde aludía a la pertenencia de esa poesía “a un pasado literario”. Entonces, ¿qué nos quiere decir el título de su última antología, Sin cuenta, aparte de la idea cuantitativa y someramente temporal también?

O.H.: Sí, la nueva antología, claro, tiene este título de Sin cuenta –dos palabras: la primera con “ese”–, y hace un juego con el número 50 puesto que se publica para recordar los 50 años de poesía, de mi poesía, porque esa es la edad que tiene mi poesía en este momento: 50 años. Pero al mismo tiempo yo creo que se quería plantear lo de la persistencia del acto poético, de la perseverancia del acto poético, porque cincuenta, el número, es un número concreto, una cantidad definida, exacta, que implica un fin: hay 50 poemas y el número 50 es el último de esos poemas. Pero al utilizar el título de Sin cuenta se abre esto totalmente porque, en el fondo, se está diciendo sin límite: la poesía, aunque se pueda contar con números específicos, va mucho más allá de eso y pretende, aunque yo no sé si en mi caso lo logra o no, ir más allá de algo cuantitativamente específico. Implica una apertura hacia otras fronteras, hacia otras dimensiones.

L.P.: A propósito de este libro, en «Fragmentos de Heráclito al estrellarse contra el cielo», pueden leerse tres versos que me gustaría repetir:

No nos bañamos dos veces en el mismo río

No entramos dos veces en el mismo cuerpo
No nos mojamos dos veces en la misma muerte

En ese sentido, ¿el relanzamiento de varios poemas antiguos en la antología Sin cuenta puede constituir una nueva experiencia de escritura, una otra forma de enfrentarse al mismo y simultáneamente distinto río de la vida?

O.H.: De nuevo voy a decir que yo no sé si eso funciona en el caso mío, pero por lo menos en los poetas cuyas obras permanecen, yo creo que eso es exactamente lo que ocurre: es como la primera lectura, que sería como la persona que se baña en el río, la primera lectura es una, pero si ese lector lee el poema mucho tiempo después, de nuevo, se supone que es otra experiencia aunque sea el mismo texto, como es otra experiencia la del que se baña en el río porque después el río corre y entonces, la segunda vez, no es el mismo río. Y eso se aplica también a lo que estaba diciendo porque los poemas que podríamos llamar pobres, son aquellos que generalmente aguantan una pura lectura y ahí se agota el poema. En cambio, los poemas que prevalecen, de Rimbaud, de Baudelaire, de T.S. Elliot, de San Juan de la Cruz, esos son poemas en que cada lectura es una lectura desde cero, prácticamente, aunque parezca raro. Así que esa observación yo la comparto, creo que así es como funciona el proceso con la poesía que permanece: la tercera, la cuarta, la quinta lectura, son siempre primeras lecturas.

F.F.: Su poesía es bastante perenne en ese sentido. Pero volviendo al poema «El nacimiento del fantasma», el personaje ya sin líneas en las manos continúa su búsqueda, continúa construyendo, continúa dándonos experiencias de lectura. Bien, quisiera hacer lectura del último poema del libro Sin cuenta, «Lolitas», que está fechado en 2005 y parece el regalo que trae este libro.

O.H.: Espero que sea un regalo y no un castigo.

F.F.: El poema:

Somos los viejos locos
los viejos que nos acostamos
con muchachas 40 años menores que nosotros
los que tratamos de ignorar a la muerte
como si fuera una amante de otra época
a la cual ya no quisiéramos ver
y cruzamos muy rápido a la acera de enfrente
donde está la ninfa esperándonos
senos duros pezones rosados
y labios de la vulva frescos y rojos
no el sexo seco de la muerte
esa fruta que ya no da jugo
Y nos arreglamos el nudo de la corbata
mirándonos en una vitrina de una tienda
donde ahora vemos nuestra cara arrugada
el pelo escaso la barba canosa
entre computadoras y teléfonos celulares
y el reflejo de la muchacha que nos sonríe
con la guadaña en la mano

Lo más interesante de este poema, creo yo, es que une la dimensión del amor y de la muerte, y ese es el regalo que nos da su libro. ¿Su reflexión en torno a esto?

O.H.: Claro, es curioso porque lo que sucede es que, a la edad de uno –yo tengo 67 años– uno empieza a mirar la relación amorosa, o incluso la relación erótica, como una especie de paraíso perdido. El amor empieza a funcionar como un paraíso perdido que uno quisiera reencontrar, y muchas veces se da esta situación de buscarlo en la juventud, entonces se produce el desplazamiento, el desfase entre el amante que es mayor y la mujer amada, en este caso que es muy joven, y que es como una forma de reencontrarse con la juventud perdida. Pero al final, creo yo, la paradoja del poema es que aún esa muchacha que aparece ahí tiene la guadaña en la mano, vale decir que no importa hacia dónde trate de escapar uno, aunque trate de escapar a través de una muchacha hacia la juventud, igual se va a encontrar ahí con la muerte.

L.P.: Con la aparición de los poetas suele seguir un intento de leerlos trascendiéndolos a ellos como sujetos específicos, no concretos, y se les reúne en grupos de poetas, habitualmente llamados ‘generación’. A usted se lo sitúa en la generación dispersa, ¿qué elementos, cree usted, comparte con los demás autores, o no comparte, con los cuales es signado miembro de aquella generación?

O.H.: A mí me parece que el término generación implica una arbitrariedad, porque si bien es cierto que uno puede indicar características de personas que nacieron más o menos en los mismos años, también hay poetas que se caracterizan, justamente, por ser islas, los llamaría yo, poetas islas: el caso de José María Eguren, por ejemplo en el Perú, que aunque la gente de su generación estaba haciendo una cosa que era afín para ellos, él estaba como al margen de eso. Lo que digo es que aunque en el caso mío se han tratado de buscar, como a la fuerza diría yo, ciertas afinidades con otros miembros de mi generación, a mí me parece que hay más diferencias que semejanzas, sin que esto implique que yo me considere mejor que los otros, estoy solamente indicando o describiendo algo, sin emitir ningún juicio de valor. Cualquiera persona que conozca mi poesía bien, y que la compare con cualquiera de los otros miembros de mi generación, va a notar las diferencias, creo yo, pero muy rápidamente, así que más bien es una poesía que corre con colores propios con respecto a la generación en la cual la mayoría de sus miembros corren con los mismos colores.

L.P.: Usted titula un libro Versos robados, y yo quisiera hacer una cosa bastante similar, al menos en el título. Quisiera robar una idea de una de las personas que en alguna oportunidad lo entrevistó, aunque me parece que esta pregunta no se la hizo, pero es una pregunta acuñada por Warken. El solía preguntar a sus invitados qué poema se llevarían si tuvieran que salvar un poema. En ese sentido yo quisiera preguntarle, a pesar de lo atrevido que es escoger uno, yo quisiera darle la oportunidad de escoger dos: uno propio y otro ajeno.

O.H.: Empecemos por el ajeno. El poema que yo salvaría es el «Canto espiritual» de San Juan de la Cruz
[1]. Es un poema que yo lo releo, frecuentemente, y con ese poema me ocurre lo que hablábamos al principio, es decir que cada vez que lo leo es como si fuera la primera vez. Es un poema riquísimo en imágenes, en musicalidad, en ritmo, en pensamiento amoroso, en fin, pero ya en las lecturas actuales mías de ese poema yo lo disfruto solamente, no me pongo a pensar en cosas técnicas o teóricas o análisis con respecto al poema, simplemente el goce de leer, el puro goce de leer y de experimentar el poema. Ahora de los míos, no sé, es muy difícil porque, por ejemplo cuando se pensó en esto de elegir 50 poemas míos para realizar esta antología, yo no pude elegir los 50 poemas. Tuve que pedirle a varios amigos míos que los eligieran, cada uno hizo su lista sin conocer la lista de los otros y, finalmente, seleccionamos los 50 que se repetían. Y si yo ya tenía ese problema para elegir 50 poemas, yo creo que para elegir uno es una misión casi imposible para mí, quizá porque pasa un poco –aquí voy a decir una metáfora un poco trillada, que está bastante trillada, pero que es cierta– eso de que los poemas son como hijos de uno también. Uno siente como que si privilegia uno en particular va a ser como triste para los otros poemas. Entonces, me cuesta realmente hacerlo. O también puede depender del humor del momento. Hay ocasiones en las cuales podría haber nombrado un poema, otras veces otros, y así. Así que esa pregunta creo que no la puedo responder.


[Entrevista realizada el día 19 de julio de 2005 para el Programa Bello Barrio, de la señal comunitaria de la Universidad Bolivariana –Radio Ciudadanía (105.3)–, se emitió al aire cerca de un mes después, el miércoles 24 de agosto, a las 19:00 horas. Una versión de esta entrevista fue publicada, en septiembre de 2005, en el sitio de la Revista electrónica Plagio <
http://www.plagio.cl/php/articulo.php?n=1086>]

[1] “¿Adónde te escondiste,/ Amado, y me dejaste con gemido?/ Como el ciervo huiste,/ habiéndome herido;/ salí tras ti clamando, y eras ido.// Pastores, los que fuerdes/ allá por las majadas al otero,/ si por ventura vierdes/ aquel que yo más quiero,/ decidle que adolezco, peno y muero.// Buscando mis amores/ iré por esos montes y riberas;/ ni cogeré las flores,/ ni temeré las fieras,/ y pasaré los fuertes y fronteras” (San Juan de la Cruz, «Cántico espiritual», fragmento)

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